El aire se tiñó del rojo brillante de
cartulinas y los cartelitos. Ya se sentía desde hacía una semana el “efecto
campaña”. Los tipitos y tipitas de color rojo que van y vienen para todos
lados, que pegan afiches, que cuelgan pancartas, que sonríen cada vez que pueden;
con esos cartelitos que me cuentan el grupo y factor de su sangre, o
disfrazados de gota ambulante que se pasea por los pasillos de la universidad…
sin duda es una víspera difícil de ignorar. Y tan difícil de ignorar es, que se
hace fácil querer a cuanto rojito te cruces; y te querés sacar una foto con la
gota gigante, y les preguntás cosas… y ellos, con ese rojo que les sale del
alma, te cuentan todo lo que saben y de paso te invitan a ser uno más. Es una
sensación fantástica.
El día de la extracción llegué con mi mochilita
llena de apuntes y la cabeza llena de esas ecuaciones que olvidás rápidamente.
Estaba cansado de haber cursado a la matina (la mañana nunca fue lo mío), pero el
“efecto campaña” contagia tan rápidamente que no podrías mantener esa cara ni
un segundo cerca de los rojitos. No te saldría ni con el mayor de los
esfuerzos.
Dejé mis cosas en la biblioteca al cuidado de
una amiga y me volví al stand, listo para ingresar al circuito (léase: ingreso,
entrevista, examen físico, extracción, ¡COMIDA!). En cuestión de minutos (15 o
20, quizás) ya estaba sentadito en la camilla a la espera de alguno de estos
vampiros buenos que se llevan mi sangre y se la dan a alguien más.
Al ratito se acercó una chica jovencita,
hablando de Crepúsculo y diciendo que vampiros
eran los de antes. Mientras me explicaba qué tenían las bolsitas de
extracción (ya lo sé, pero siempre pregunto para sacar charla… ¡ja!) yo ya
tenía esa sensación de realización cada vez más presente, más pura entre el
desmadre de sensaciones que uno tiene todos los días. Y entre vampiros y
bolsitas de extracción mechamos cosas de su facultad y la mía; mientras ella
terminaba con todo el ritual (altamente protocolar) de ponerme la agujita en el
brazo.
Se me acercaron los rojitos (sonrientes todos
ellos) con bonetes y pelucas, y toda la parafernalia de LA FOTO. Oh sí… LA
FOTO. Esa foto que retrata el momento exacto en que te calzaste los lompas del
donante. Esa foto le cuenta al mundo que tu palabra es compromiso y tu
compromiso es vida… y la vida es hermosa. La foto es hermosa porque, independientemente
de todo lo feos que podamos ser algunos,
aún en ese momento en que estás tan vulnerable y débil, no podés evitar
sonreír; porque sabés lo que estás haciendo y sabés que lo volverías a hacer
una y otra y otra vez.
Y así como arrancó, terminó. Firmé mi bolista
de sangre y me fui sonriente, realizado. En mi camino saludaba a los técnicos y
escuchaba ese “¡Gracias por venir!” como el más merecido de los banquetes. Y me
esperaba el postre… literalmente: unas sabrosas medialunas (¡con un brownie de
yapa!) y una deliciosa coquita. Me quedé por el stand un rato, robando un
poquito más de esa energía tan linda que da vueltas por aquel ecosistema; y
después me fui a cursar de nuevo… con un gracias
sincero en el alma, y un hasta la próxima
en el corazón.
Lionel Uran L.
Donante
Qúe interesante! Nosotros hicimos difusión del acto de donación como acto solidario!
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