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martes, 4 de septiembre de 2012

Crónicas de un donante voluntario de sangre

El aire se tiñó del rojo brillante de cartulinas y los cartelitos. Ya se sentía desde hacía una semana el “efecto campaña”. Los tipitos y tipitas de color rojo que van y vienen para todos lados, que pegan afiches, que cuelgan pancartas, que sonríen cada vez que pueden; con esos cartelitos que me cuentan el grupo y factor de su sangre, o disfrazados de gota ambulante que se pasea por los pasillos de la universidad… sin duda es una víspera difícil de ignorar. Y tan difícil de ignorar es, que se hace fácil querer a cuanto rojito te cruces; y te querés sacar una foto con la gota gigante, y les preguntás cosas… y ellos, con ese rojo que les sale del alma, te cuentan todo lo que saben y de paso te invitan a ser uno más. Es una sensación fantástica.

El día de la extracción llegué con mi mochilita llena de apuntes y la cabeza llena de esas ecuaciones que olvidás rápidamente. Estaba cansado de haber cursado a la matina (la mañana nunca fue lo mío), pero el “efecto campaña” contagia tan rápidamente que no podrías mantener esa cara ni un segundo cerca de los rojitos. No te saldría ni con el mayor de los esfuerzos.  

Dejé mis cosas en la biblioteca al cuidado de una amiga y me volví al stand, listo para ingresar al circuito (léase: ingreso, entrevista, examen físico, extracción, ¡COMIDA!). En cuestión de minutos (15 o 20, quizás) ya estaba sentadito en la camilla a la espera de alguno de estos vampiros buenos que se llevan mi sangre y se la dan a alguien más.

Al ratito se acercó una chica jovencita, hablando de Crepúsculo y diciendo que vampiros eran los de antes. Mientras me explicaba qué tenían las bolsitas de extracción (ya lo sé, pero siempre pregunto para sacar charla… ¡ja!) yo ya tenía esa sensación de realización cada vez más presente, más pura entre el desmadre de sensaciones que uno tiene todos los días. Y entre vampiros y bolsitas de extracción mechamos cosas de su facultad y la mía; mientras ella terminaba con todo el ritual (altamente protocolar) de ponerme la agujita en el brazo.

Se me acercaron los rojitos (sonrientes todos ellos) con bonetes y pelucas, y toda la parafernalia de LA FOTO. Oh sí… LA FOTO. Esa foto que retrata el momento exacto en que te calzaste los lompas del donante. Esa foto le cuenta al mundo que tu palabra es compromiso y tu compromiso es vida… y la vida es hermosa. La foto es hermosa porque, independientemente de todo lo feos que podamos ser algunos,  aún en ese momento en que estás tan vulnerable y débil, no podés evitar sonreír; porque sabés lo que estás haciendo y sabés que lo volverías a hacer una y otra y otra vez.  

Y así como arrancó, terminó. Firmé mi bolista de sangre y me fui sonriente, realizado. En mi camino saludaba a los técnicos y escuchaba ese “¡Gracias por venir!” como el más merecido de los banquetes. Y me esperaba el postre… literalmente: unas sabrosas medialunas (¡con un brownie de yapa!) y una deliciosa coquita. Me quedé por el stand un rato, robando un poquito más de esa energía tan linda que da vueltas por aquel ecosistema; y después me fui a cursar de nuevo… con un gracias sincero en el alma, y un hasta la próxima en el corazón.


Lionel Uran L.
Donante

1 comentario:

  1. Qúe interesante! Nosotros hicimos difusión del acto de donación como acto solidario!

    http://eltrendelaltruismo.blogspot.com.es/

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